Sara Flores proyecta y reformula la forma Kené con su propio diseño intrincado y con una exactitud asombrosa. La manera en la que los patrones y los motivos de repetición y variación, dibujados a mano en forma libre, sin la ayuda de patrones preexistentes o modelos por computadora, van emergiendo para adaptarse al lienzo, apunta a la forma alucinante en la que estos patrones se almacenan y delinean de manera mnemotécnica sobre el lienzo a través de una práctica corpórea, haciéndolo parecer una mapeo neuronal, un ejercicio de conectómica. Imbuida de intención, su práctica artística transita a través de un sistema cibernético codificado que aprovecha y representa el sustrato de la existencia, hacia un diseño curativo o medicina de diseño, hacia un patrón musical que acompaña al ícaro de un chamán en una ceremonia de ayahuasca.

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          Dicho de otro modo, la imaginación visual de la obra no se encuentra únicamente sobre la superficie, relacionada con la imagen ocular 2-D, sino que materializa las posibilidades de un mundo de percepción sinestésico más amplio en el que múltiples formas de energía, sonido, cuerpos y espacio están entrelazadas. La calidad hipnótica y el poder vibrante del Kené es uno de los aspectos valiosos de la forma de arte en la que sobresale el trabajo de Flores.

          Sara Flores utiliza una variedad de tintes naturales policromados que ella misma prepara a partir de flora autóctona como son las hojas del amí para el morado, el fruto del achiote para el rojo, la corteza del yacushapana para el negro, la raíz del guisador para el amarillo, por mencionar algunas de las plantas con las que su práctica busca establecer relaciones.

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         Las colaboraciones de Sara Flores con el Shipibo Conibo Center consisten en la re-delineación de las pinturas en formas sonoras. Para la exposición The Projective Drawing comisariada por Brett Littman en el Austrian Cultural Forum, se desarrolló una pieza sonora interactiva especial para permitir que el público se adentrase en el espíritu de las pinturas y modificase su ambiente respondiendo a los patrones y al entorno. Primero, se compuso un paisaje sonoro envolvente con grabaciones de la selva amazónica. Luego, a través de un software especial, la composición fue siendo modificada por la audiencia en tiempo real; el público susurraba, tarareaba, cantaba, silbaba y lloraba en el micrófono del centro de la sala.