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Si la expansión colonial europea supuso el auge del coleccionismo de arte, ¿qué significa comprometerse con el arte indígena contemporáneo en este momento? Habida cuenta de que el propio museo ha sido siervo simbólico y material del imperio, integrado en la visión del mundo occidental, y que ha facilitado las racionalizaciones morales para la incautación de la riqueza indígena como arte etnográfico o folclórico para el consumo, ¿cómo puede una exposición desentrañar el apartheid institucionalizado que ha separado el arte indígena de la escena contemporánea? Durante mucho tiempo, el arte indígena ha existido bajo la marca de la violencia de la historia, y se ha reinventado incesantemente a través de singulares esfuerzos de creatividad personal. Hoy, los practicantes nativos, aborígenes, y originarios animan el arte contemporáneo de una manera cada vez más proactiva, transformando la naturaleza de la “crítica institucional” y la producción cultural en general. Las condiciones para este cambio son oportunas en la medida en que el estilo occidental, en busca frenética de su alma perdida, se enfrenta a la emergencia climática que ha causado, al tiempo que su voracidad caníbal ya está generando náuseas.

 

Declarado Patrimonio Cultural de la Nación Peruana, el arte shipibo-konibo o kené, así denominado en las lenguas pano, es uno de los estilos artísticos funcionales más sofisticados de las Américas, caracterizado por diseños de intrincada exactitud en infinitas variedades. “El mundo entero estaba cubierto de diseños”, dice una canción shipibo, evocando un ideal al que hay que seguir aspirando. Los shipibo distinguen entre menin, el lado artesanal de la creación artística, y shinan, su vertiente creativa, de imaginación visionaria, que incluye también la fuerza, la energía, la vigilancia, la buena memoria, la presencia espiritual y, en definitiva, la esencia misma de la vida. De hecho, morir significa shinan-nanqui (la huida del pensamiento). Los artistas, activistas y médicos tradicionales que participan en esta exposición mantienen el equilibrio entre el imperativo cultural de innovación personal y el sometimiento a las restricciones de las formas ancestrales, y dominan tanto el menin como el shinan, generando realidades que existen en formas visibles e invisibles, y valiéndose de su sofisticada tradición para reinventar las posibilidades indígenas para el futuro.

 

Según los shipibo, el kené fue revelado a las mujeres junto con el uso de las tecnologías vegetales (plantas medicinales) y las normas de convivencia representadas en el orden que poseen los diseños. Una serie de mitos entrelazados atribuyen estas enseñanzas a diferentes seres de otros mundos, superpuestos unos sobre otros. El más notable de ellos es la anaconda cósmica Ronín, dueña de las aguas, madre de todas las madres y creadora lunar del mundo tras el Gran Diluvio primordial, cuya piel contiene todos los diseños imaginables. Por otra parte, el conocimiento del kené se debe a las mismas plantas maestras, en particular el piripiri y la ayahuasca, cuya enredadera sinuosa encarna el segundo yo de la serpiente. El kené a menudo hace referencia a los patrones musicales de los cantos chamánicos o íkaros, y se considera un diseño curativo o una especie de "medicina de diseño", descrito con la denominación simbólica de ronín rao (medicina-anaconda). Existe la creencia, que entronca con las propiedades transformadoras del arte, de que ciertas enfermedades están causadas por diseños dañinos que deben ser desentrañados y reimpresos en diseños ordenados. Junto a la ayahuasca y a otras plantas, el íkaro es el agente que desencadena la metamorfosis. Cuando un canto de curación actúa sobre el cuerpo del paciente, incluso después de haberse desvanecido en su manifestación sonora, se dice que continúa trabajando allí bajo la forma de un patrón geométrico que penetra y se asienta para lograr la transformación espiritual del tratamiento.

 

Maya maya bainkin…”; así reza el estribillo de un íkaro que evoca una forma de avanzar mediante un sinuoso movimiento reptiliano de giros y vueltas. Quizá se trate de una referencia apropiada para emprender los caminos que nos ayuden a romper con los paradigmas etnográficos sin abrazar necesariamente las dinámicas del arte contemporáneo, que todavía son parte del presente colonial. Una comprensión más amplia de la estética, la medicina y la práctica ecológica shipibo abre las puertas a una “rehabilitación cosmológica”, que pasa por aceptar la cosmovisión indígena como teoría filosófica y política, que cobra urgencia ahora más que nunca, habida cuenta de que el imperativo lineal de progreso y crecimiento ha llevado al planeta al borde de la catástrofe.

 

Por tanto, las líneas que cubren cada una de las piezas de esta exposición no son tan solo una imagen plana, sino un portal de entrada que rompe la superficie y nos lleva al multiverso shipibo, donde el orden de los diseños kené debe entenderse como un manifiesto visual; un compromiso con los valores de la ética indígena y con los protocolos de convivencia, reciprocidad y parentesco que se extienden más allá de lo humano a los animales, las plantas, la tierra y el agua. Entonces la obra de arte, la labor de justicia ambiental y social y la lucha por la soberanía indígena no pueden separarse; deben avanzar unidas. Así, los diseños kené adquieren carga política como emblemas de activismo artístico. Están en la bandera que ondea sobre las visiones de una Nación Shipibo unificada, y el poder curativo de los patrones ahora se extiende a la dimensión territorial.

La Organización Regional de la Guardia Indígena Shipibo Conibo se ha formado oficialmente en el 2022 a través de la mediación y confirmación (juramentación) de la organización representativa del pueblo Shipibo, COSHIKOX. Pero los antecedentes de las Guardias se adentran en la historia Shipibo de protección comunal auto-organizada de los territorios, así como de otras formaciones similares iniciadas por otros pueblos indígenas en la Amazonia como los Ashaninka y Cacataibo en Peru y el pueblo Nasa en Colombia entre otros. Estas formaciones han demostrado ser formas indispensables de autogobierno y defensa territorial, especialmente en lugares remotos marcados por la ausencia del Estado. Para esta instalación, las botas dispuestas en forma de diseño de un kené representan la ardua tarea de recorrer los márgenes del territorio a través de un denso follaje para comprobar si hay señales de entrada e invasión, vinculando un acto creativo al trabajo, al esfuerzo, y al riesgo de mantener el territorio seguro.

Inka Mea, también conocida como Virgínia Maynas Piñón, nació en la comunidad de  Vista Alegre de Pachitea, en Iparía, Ucayali; pero vivió y trabajó la mayor parte de su  vida en San Francisco de Yarinacocha, donde aún es venerada no solo como una kikin ainbo (mujer de impecable crianza y costumbres) sino por la calidad de su cerámica. Según los Shipibo, las personas al igual que los artefactos, deben moldearse, “hacerse”.  Esto es particularmente cierto para las artistas, para quienes el trabajo se convierte en un imperativo moral. El arte Shipibo es una práctica de toda una vida, y está sumamente ritualizado.  Las maestras artistas de la generación de Inka Mea concibieron y realizaron su trabajo a la manera de los chamanes, manteniendo una disciplina espiritual y física, preparándose  durante varios días, al igual que lo harían los médicos tradicionales: ayunando, absteniéndose de sexo y de determinados alimentos, cantando y soplando tabaco para  propiciar la cocción de la cerámica e imbuirla de buena intención y de espíritu. Para distinguirse del resto y mantener la delicada armonía en las relaciones sociales  y afectivas de las que depende la salud individual, comunitaria y ambiental, se debía  practicar el autodominio y la abnegación. Hasta hace poco los procedimientos de joni-ati o de “hacer personas” incluían expresiones que iban mucho más allá del arte corporal  de la indumentaria, el peinado, los piercings y los tatuajes temporales kené que todavía se utilizan. De hecho, a los recién nacidos se les sometía al panchake o deformación  craneal mediante el bwetaneti, pequeña prensa que constaba de dos listones de madera  y una almohadilla de arcilla que iba atada con una faja alrededor de la cabeza. Se  iba tensando progresivamente, durante meses, hasta que se conseguía dar una forma  oblonga al cráneo y, por lo tanto, un “campo de diseño” ensanchado para el kené, y un peinado de flequillo cortado que no cubriese el diseño de la frente. Como esta práctica  cayó en desuso, tras ser reprochada por los misioneros, Inka Mea con sus soberbios joni chomos (vasijas antropomorfas) y su estilo característico para el retrato, hicieron de este ideal incaico de belleza el centro de su obra. Falleció sin haber tenido hijas ni aprendices.

Las piezas de Inka Mea contribuyeron grandemente a la importante colección reunida  por ORDESH (Organismo de Desarrollo Shipibo). Expuesta en Bruselas, en 1979,  recorrió Zaragoza (España), Montpellier y Lyon (Francia) y Lausana (Suiza) entre 1981  y 1983, introduciendo el arte cerámico Shipibo en Europa. 

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